Alma de Cristo, sé mi santificación
Se desconoce el autor de esta oración tradicional del Misal Romano. A menudo se ha atribuido a San Ignacio de Loyola (1491-1556), pues era una de sus oraciones favoritas y aparece al principio de sus Ejercicios Espirituales. Sin embargo, no pudo ser él su autor, ya que una copia de la oración aparece en un documento de 1334, siglo y medio antes de que naciera san Ignacio. Otros la atribuyen a la Beata Bernadina de Feltre (1439-1494), pero la oración ya existía al menos un siglo antes de su nacimiento. La oración también se conoce como la Oración de San Patricio, y algunos eruditos situaban su composición en la Irlanda del siglo VII. Esto también parece improbable, ya que no se conoce ninguna copia tan antigua. La oración conlleva una indulgencia parcial.
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El día de mi Primera Comunión fue uno de los más memorables de mi infancia. Me celebraron una Misa privada sólo para mí, y mis abuelos, tíos y primos vinieron a presenciar cómo recibía a Jesús en la Eucaristía por primera vez. El cura me regaló el rosario que todavía uso, y mis padres me regalaron una muñeca de porcelana casi idéntica a mí, con un vestido y un velo blancos y el mismo flequillo castaño recto que yo.
Sin embargo, de todos los regalos que recibí aquel día tan especial, el más significativo fue el más pequeño, y algo que sigo utilizando cada semana dos décadas después. Era una estampa con la imagen del Niño Jesús en una cara y una oración llamada “Pequeño huésped blanco” en la otra, que me regaló mi madrina.
Mientras que la mayoría de mis otras “estampas” encontraron su hogar para siempre en uno de mis dos grandes álbumes destinados a ellas (sí, eran mi colección más preciada), esta estampita en particular la llevé conmigo durante años hasta que las palabras del reverso brotaron de mi memoria cada vez que recibía el Cuerpo de Cristo en mi lengua.
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Durante muchos siglos, cuando aprender a leer y escribir era un raro privilegio negado a la mayoría de los cristianos, muchos se convirtieron en ardientes discípulos de Jesús gracias a las oraciones vocales que rezaban de memoria y a las enseñanzas sobre la fe que recibían de sus pastores. Tenemos muchos mártires y santos entre las filas de los incultos y analfabetos. A los ojos de Dios y de la Iglesia, fueron testigos poderosos, dignos de nuestra mayor admiración y amor. A través de la oración vocal, su fe se fortaleció y su entrega a Dios se hizo sincera y valiente. Si rezas tus oraciones vocales con fe infantil, sentado a los pies de tu Maestro Jesús, con el Espíritu Santo como Tutor, la Escuela de Formación del Maestro se convertirá realmente en Su Escuela de Transformación. Si prestas amorosa atención a las palabras de cada oración y reverente atención a la Presencia del Señor dentro de ti, te convertirás de hecho en un santuario donde Dios ha hecho Su morada.
Hemos entrado en unión de alianza con Dios a través de Jesús que se hizo hombre y se ofreció en la Cruz como ofrenda de reparación en nuestro nombre. En consecuencia, de manera muy gráfica, la oración deja claro que estamos inmersos en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de nuestro Señor Resucitado. Nuestro Señor Resucitado-Crucificado habita en nosotros y vivimos dentro del Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesús Resucitado en unión de alianza. Como dice Colosenses 2: 12, en el bautismo hemos sido sepultados en la muerte de Cristo y hemos resucitado con Él en Su resurrección. Además de experimentar la salvación como unión en alianza con la Santísima Trinidad a través del Verbo de Dios hecho carne, San Ignacio destaca también otros dos aspectos significativos de nuestra relación de alianza con Dios: por muy poderoso que sea Satanás, el poder que habita en nosotros es mucho mayor que el poder que habita fuera de nosotros:
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Durante muchos años se creyó popularmente que la oración había sido compuesta por San Ignacio de Loyola, ya que él la pone al principio de sus Ejercicios Espirituales y a menudo se refiere a ella. En la primera edición de los Ejercicios Espirituales Ignacio se limita a mencionarla, suponiendo evidentemente que el lector la conocería. En ediciones posteriores se imprimió íntegramente. Al suponer que todo el libro había sido escrito por Ignacio, llegó a considerarse como una composición suya. De ahí que a veces se hable de la oración como Aspiraciones de San Ignacio de Loyola[1].
Sin embargo, la oración data en realidad de principios del siglo XIV y posiblemente fue escrita por el Papa Juan XXII, pero su autoría sigue siendo incierta. Se ha encontrado en varios libros de oraciones impresos durante la juventud de Ignacio y está en manuscritos que fueron escritos cien años antes de su nacimiento. El himnólogo inglés James Mearns lo encontró en un manuscrito del Museo Británico que data aproximadamente de 1370. En la biblioteca de Aviñón se conserva un libro de oraciones del cardenal Pierre de Luxembourg (fallecido en 1387), que contiene la oración prácticamente en la misma forma que la tenemos hoy. También se ha encontrado inscrita en una de las puertas del Alcázar de Sevilla, que data de la época de Pedro el Cruel (1350-1369)[1].